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5 de septiembre de 2006

Teresa Bouza
EFE

5 de setiembre de 2006

La preocupación y frustración que desde hace tiempo expresan los estadounidenses por el futuro de sus finanzas, pese al período de bonanza económica de los últimos años, podría no ser el gran misterio que algunos quieren hacer creer: el salario promedio por hora ha caído en un 2% desde 2003 si se considera el impacto de la inflación.

Detrás del robusto crecimiento registrado por indicadores como el Producto Interno Bruto (PIB) se encuentran datos menos aireados que explican la insatisfacción del ciudadano promedio con la gestión económica de la actual Casa Blanca.

Durante la mayor parte del último siglo, los salarios y la productividad ?indicador clave de la eficiencia económica? han ido de la mano, pero en los últimos años, productividad y sueldos han dejado de repuntar al unísono.

Así, mientras que la productividad laboral aumentó en un 16.6% entre 2000 y 2005, la compensación del trabajador promedio (que incluye, además del sueldo, el seguro de salud pagado por la empresa, la contribución a los planes de pensión y otras retribuciones) sólo ha subido en un 7.2%.

Numerosos analistas destacan además que la caída de los sueldos en términos reales (ajustados por la inflación) es todavía más significativa si se tiene en cuenta que la productividad ?cantidad producida por trabajador promedio por hora? no ha dejado de crecer.

Esa tendencia ha hecho que los salarios supongan ahora el menor porcentaje del PIB de EU desde que el gobierno empezó a recopilar los datos en 1947.

De ahí que, pese a la insistencia del gobernante Partido Republicano de que la economía avanza viento en popa, expertos como Dean Baker, codirector del Centro para la Investigación de Política y Económica, con sede en Washington, concluyan que "el PIB no significa nada, la gente no lo está sintiendo en sus finanzas".

Las ganancias empresariales, por el contrario, han aumentado hasta suponer el mayor porcentaje del PIB desde los años 60. No es de extrañar que el banco de inversión UBS describiese recientemente este período económico como "la era dorada de la rentabilidad".

Así las cosas, la actual expansión, que muestra ya señales de flaqueza, podría convertirse en el primer ciclo de crecimiento desde la Segunda Guerra Mundial que no se traduce en un incremento prolongado de los salarios para la mayoría de trabajadores.

Sylvia Allegreto, economista del Instituto de Política Económica, con sede en Washington, cree que el fenómeno obedece en gran medida a la pérdida de poder de los sindicatos y al consiguiente escaso margen de negociación de los asalariados.

"Los únicos beneficiados han sido los que están en la cima del escalafón salarial", dijo Allegreto.

En 2004, el 1% de los que más ganan ?grupo que incluye a muchos consejeros delegados? recibió el 11.2% del importe total de salarios, por encima del 8.7% de hace una década y alrededor del 6% de hace 30 años, según datos de los economistas Emmanuel Sáez y Thomas Piketty publicados esta semana por The New York Times.

Irwin Kellner, economista en jefe de North Fork Bank (Nueva York), cree que la situación es insostenible a largo plazo, aunque descarta que el altruismo empresarial vaya a ser el detonante del cambio.

"Tiene que cambiar, porque si la gente sigue perdiendo poder adquisitivo, no podrá comprar los bienes y servicios que ofrecen las empresas", señala Kellner, quien cree: "La próxima recesión alterará la situación actual".

El economista no cree, de todos modos, que las empresas vayan a subir los salarios. Lo que harán, dice, es bajar los precios de sus servicios y productos, lo que de hecho aumentará el poder de compra de los consumidores.

La actual tendencia no asegura, de todos modos, que el opositor Partido Demócrata, en teoría más proclive a defender los derechos de los trabajadores, vaya a alzarse victorioso en las próximas elecciones legislativas de noviembre.

"Éste es un tema que los demócratas llevan tratando de explotar durante 25 años con poco éxito, al menos hasta ahora", dijo Peter Brown, subdirector del centro de sondeos de la Universidad de Quinnipiac (Connecticut).