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  Por el libro
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27 de octubre de 2007

Por: Primera Hora

Hace tres años, Gilberto Arvelo dejó la publicidad y el mercadeo, a los que les había dedicado un cuarto de siglo, y comenzó una operación autofinanciada que se ha impuesto una labor social ingente: fiscalizar y denunciar a los timadores que minan la confianza del consumidor.

Se ha ganado el odio de individuos y corporaciones multinacionales que se hacían un billete fácil a costa de la confianza puertorriqueña, pero también ha obtenido la admiración y agradecimiento de miles de consumidores que ven en él una orientación que antes no existía.

Arvelo, de 53 años, se transformó en “Doctor Shoper” -así, con una sola p- en 2004. Desde entonces, ha coordinado la movilización de cientos de consumidores para procesar judicialmente a un timador dedicado a la fabricación de ventanas y puertas, ha alertado sobre fraudes de clubes vacacionales y cada día, mediante su página de Internet www.doctorshoper.com, orienta a decenas de personas sobre las gestiones que deben hacer para reivindicarse de esquemas fraudulentos.

Se ha convertido en una estructura paralela al Gobierno, en un Ralph Nader criollo cuya principal agenda es “adecentar” el país mediante el lenguaje universal que todos conocen: el del bolsillo.

“La gente piensa que todo el mundo es buena gente, pero no me toques el bolsillo porque hasta ahí. Pues entonces vamos a empezar con el adecentamiento del país por la protección del bolsillo. Todo el mundo entiende el lenguaje del dinero”, afirma Arvelo.

“En nuestro país el principal problema es que hay una corrupción como estilo de vida”, dice Arvelo, sentado en una pequeña oficina en el centro de Santurce, frente a una laptop desde donde realiza la mayor parte de su trabajo investigativo. “Y yo firmemente creo que esa corrupción no debe ser así. El comerciante que es decente ve que otro no lo es y piensa: ‘lo voy a tener que hacer también para sobrevivir’. Hay una corrupción across the board en este país”.

Pero, ¿qué lo motivó a dejarlo todo y convertirse en un vigilante del consumidor?

Realmente, se lo debe en gran parte al rush que él mismo reconoce que le da cuando “quema” a uno de los timadores que usualmente se aprovechan de personas mayores de edad y de escasos recursos. Pero, su agenda comenzó por las situaciones que enfrentó él mismo como consumidor.

Cuando trabajó como publicista, ¿piensa que hizo algún anuncio que engañó al consumidor?

- Entiendo que no. Siempre mantuve una ética y una formación. Me fui por mi cuenta porque entendía que no me hacía falta hacer una publicidad que no fuera ética.

El vaso medio lleno

Y esta operación, ¿cómo comenzó?

-En el verano de 2004 yo todavía no estaba seguro, pero cerré mi agencia de publicidad y me lancé. Es un riesgo que me he tomado. Ahora mismo yo estoy corriendo con la luz del check engine prendida. Tengo mis chavos aquí, mis ahorros, todo, y todavía no estoy generando ingresos para poder mantenerlo. Por suerte, tengo un estilo de vida bajo que también me ayuda. Yo siempre veo el vaso medio lleno. Soy como un consumidor cualquiera.

¿Las tiendas lo odian por sus denuncias?

- Algunas sí. Pero yo no estoy en contra del negocio. Soy pro empresa, creo en los mercados libres y en la libre competencia. Si haces las cosas bien, no debes tener problemas.

Qué dijo su esposa cuando asumió esta tarea?

-Ella dice que estoy loco de remate. No estaba preparada para que fuera figura pública. Yo me escondía de las cámaras, pero he tenido que estar frente a las cámaras y en la opinión pública por la misión que quiero llevar a cabo. Llevo 18 años casado y no quiero cuentas con mi esposa, porque soportarme no es fácil.

Si no genera ingresos y es tan cuesta arriba, ¿por qué entonces continúa haciéndolo?

-El proyecto tiene un potencial de llevar un mensaje. Entendía que, con mi formación de comercio, y como profesor que fui durante 12 años en la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico, podía canalizar esos recursos y energías para educar al consumidor puertorriqueño en un momento de muchas transformaciones en la forma en que se hacen los negocios al detal.

¿Cuál es esa transformación?

-En Puerto Rico experimentamos la transformación de la cultura de la confianza a la cultura numérica. Antes uno compraba en la ferretería de la esquina, por ejemplo, y el tipo de la ferretería sabía quién tú eras, cuándo te vendió la máquina, qué máquina era, qué pieza se había dañado, y tú ni tenías que llevar el recibo. De momento vienen estas cadenas grandes y dicen: ‘Mira, yo no te conozco, tú eres el número de cliente tal’. Nosotros como cultura de confianza no estábamos preparados para eso. Antes había cadenas como Bargain Town, González Padín y Woolworth's, pero los empleados allí casi todos eran full-time. Se daba la cultura de confianza allí también y se establecía una relación. Ahora todo el mundo es part-time y hay una informalidad. Ninguna institución ni individuo en Puerto Rico atacó esa situación. El Gobierno sólo quería que se abrieran más tiendas para ellos generar dinero. Nadie nos enseñó a bregar con ese cambio. Ahora estamos pagando las consecuencias de eso. Nos convertimos en compradores y no es un consumidor que evalúa su adquisición.

¿Cuál es la diferencia entre el consumidor y el comprador?

-Todos tenemos flash de compradores. El comprador es el que dice: 'déjame dar una vuelta por las tiendas a ver qué hay por ahí para comprar'. El consumidor es el que piensa: 'qué necesito comprar y dónde consigo lo mejor. Necesito un objeto, tengo este presupuesto y tengo que buscar la mejor calidad por el mejor precio'. Al no haber otras formas de entretenimiento, el shopping se convierte en un entretenimiento. Somos una sociedad de comprar y comprar. Pero la situación económica actual nos ha obligado a cambiarnos.

¿No cree que con esa cultura de consumismo tan entronizada la tarea que se ha impuesto es demasiado cuesta arriba?

-Esto es como el periodo especial en Cuba cuando se fue el bloque soviético. Fidel en ese momento, en la televisión cubana, educaba a los consumidores sobre cómo enfrentar el periodo especial. Por eso el pueblo, aunque lo sufrió, lo pudo aguantar. Hay hambre por información para los consumidores en Puerto Rico.

Más altos los precios aquí que en EE.UU.

Todas las  semanas, Doctor Shoper y sus colaboradores -les paga cuando puede porque no hay un flujo fijo de dinero- identifican todos los shoppers que salen publicados en los periódicos para analizarlos y compararlos con ofertas en ciudades de Estados Unidos donde hay una alta concentración puertorriqueña, como Orlando.

Las conclusiones, una tras otra vez, es que los precios que establecen las grandes cadenas en Puerto Rico son sustancialmente más altos que lo que cobran esas mismas tiendas en Estados Unidos. Gilberto Arvelo, Doctor Shoper, notó este fenómeno desde hace algún tiempo y, hace alrededor de un año, públicamente denunció ?junto a personal del Departamento de Asuntos del Consumidor? que la tienda CompUsa cobraba más aquí que allá. La tienda eventualmente tuvo que reconocer esa realidad y bajaron los precios. “Yo no tenía ningún otro objetivo”.

“Oye, yo no le estoy diciendo a las tiendas que no ganen, pero, contra, que no se les pase la mano tampoco, que la cosa está mala”, dice Arvelo. “Cada una de las tiendas que le ponga a su producto el precio que quiera, pero yo voy a asegurarme de informar que existen esas diferencias”.

En el renglón de la joyería, sostiene, los precios son prácticamente idénticos en las cadenas de Estados Unidos y las de Puerto Rico. Pero, con algunos juguetes, por ejemplo, el precio puede ser de $10 allá y $44 acá, según demostró con una tabla comparativa que elaboró comparando los shoppers. Cuando más trabajo tiene Arvelo ?y más quejas de los consumidores? es en la Navidad y en los back to school.

Medio en broma y medio en serio, dice que quiere convertir su oficina de Doctor Shoper en un “ministerio”, para ilustrar a la gente sobre la importancia de hacer sus compras concienzudamente.

El Departamento de Asuntos del Consumidor (DACO) ha visto con buenos ojos y ha colaborado con el activismo ciudadano de Doctor Shoper. No se sienten que su campo ha sido usurpado.

Todavía los precios en las grandes cadenas en Puerto Rico están por encima que en Estados Unidos, pero ahora el margen es de 5 a 8% mientras que antes consistentemente fluctuaba entre 20 y 40% en muchos productos. “Antes era una barbaridad”, acotó.